lunes, 14 de abril de 2008

Crónica de la resistencia




Jesús Ortega fue el primero en llegar al templete. Demasiado temprano. Eran las 10:30 de la mañana, el presídium se encontraba semivacío –sólo había técnicos– y no estaban dejando subir a nadie. “Al rato vuelvo”, prometió. Pero no lo hizo. En cambio, su correligionario, el senador Carlos Navarrete, no tuvo ningún problema. Tampoco el diputado Javier González Garza. De algo les valió, en materia de respeto del pueblo, su apoyo a la huelga legislativa en las cámaras del Congreso.
La muchedumbre entraba al Zócalo capitalino con los volantes que la víspera, por todos los rumbos y orillas del Distrito Federal, habían entregado las brigadas en defensa del petróleo. Esos papeles pedían que nadie cayera en la provocación porque, a las 12 en punto, las campanas de catedral sonarían durante muchos minutos –unos calculaban 15, otros el doble, algunos incluso “dos horas y media”– en memoria del cardenal Ernesto Corripio Ahumada.
“Cuando empiecen a tocar las campanas, todos vamos a guardar silencio con mucho respeto hasta que terminen”, decía en consecuencia la maestra de ceremonias, Jesusa Rodríguez, cuando al cuarto para las 12 la mitad de la plancha ya estaba repleta (la otra aún la ocupa el museo nómada, que ya mero se va), y miles y miles más se codeaban en 20 de Noviembre ante una pantalla gigante, mientras nuevos grupos de caminantes se iban quedando atorados a lo largo de Madero, casi hasta Isabel la Católica.
Delante del templete, abajo, mezclado entre la multitud, el presidente municipal de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, formaba parte de una delegación de mil guerrerenses encabezados por Eloy Cisneros, pertenecientes al comité estatal defensor del petróleo en aquella región del sur.
“No que no, sí que sí, ya volvimos a venir”, gritaba Salgado, que había preferido acudir al mitin aunque tuviera que faltar a la inauguración del tianguis turístico del puerto, prevista para la tarde. “Pues ni modo, primero es la patria”, les decía a quienes le preguntaban sobre el punto.


Jaime Avilés

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